LOS OJOS DE
MARIANGELY
La pregunta filosófica que se debe responder es
si se debe o no cometer suicidio, o eso al menos escuche en algún momento;
supongo que eso me convierte en filósofo si no, soy un charlatán; en algún
momento creí que eso eran palabra vacías y falacia. Hasta que me obsesioné con
su ojos de un color verde opalino. Vivía para contemplar esos ojos de parpados
pesados y de mirada tierna y vaga, la conocí hace ya muchos años, era una prima
en 3°grado creo yo, me enamore de ella desde muy joven, de sus ojos de parpados
pesados y mirada tierna y vaga. Mi mente se abría a desentrañar su secreto que
jamás llegue a espiar, bueno no me importaba ya que de ella enamorado estaba.
En mi estancia en el internado, vivía con el
recuerdo de sus dulces ojos de mirada tierna y vaga, y mi única fuerza era
verla en mis días de permiso, que apenas llegaba a ser una vez al mes y un fin
de semana. Las letras fueron mi pasión, leía cuanto papel caía en mis manos, y
sin poder evitarlo mi memoria se posaba en sus ojos. Durante cuatro años
siquiera hable con ella en las salida a mi casa, mucho era un saludo corto,
breve y cariñoso, su ojos hechiceros me hacían perderme en ella y amarla más,
mis aficiones por ella no solo eran infundadas en su belleza física que era
sorprendentes; un cabello castaño oscuro contrastaba con su palidez inusual y
enfermiza pero que la hacía radiar de manera sobrenatural, un cuerpo suntuoso y
delgado y muy propio de mujer para su edad sabía que ella sentía lo mismo que
yo y por mí pero como volvía a mi encierro de conocimiento no creí yo someterla
de manera tan cruel a la sola amarga de mi regreso pues yo tampoco la
soportaba; sino que solo compartíamos los mis gustos en general y poseía un
conocimiento de mundo y sabiduría incluso mayores que los míos.
En ese tiempo la mayor comunicación que
teníamos era mediante cartas que semana a semana nos dedicábamos tiernamente,
en esas mi corazón y mente volaban lejos de mis aposentos y volvían al rostro
de pálida belleza de mi querida, por ahora llamémosla querida doncella, a sus
ojos de mirada opalina y parpados pesados de tierno y vago mirar, sentía yo ya
un una sobrecogedora y sobrenatural sensación al pensar en esos ojos que tanto
deseaba contemplar. Mi cartas tenían poesía que ella gentil me criticaba y las suyas
eran las más esplendidas muestras de talento en una doncella como ella, oh! Si
la leía con pasión escuchaba su voz serena, baja y cautivante, en mi lecho y de
manera impulsiva los pelos de mi nuca se me erizaban. Pero aun así la amaba oh!
Sí que la amaba y deseaba volver a su regazo.
Después de mi salida del internado, me uní a
ella de una forma muy espiritual, ¡oh! Nuestros días los pasábamos juntos y
enamorados, de cabalgata en cabalgata, y de día de campo en los que bajo un
árbol ella me complacía recitándome bellos y melancólicos poemas de su
inspiración magnifica, mientras yo me perdía en su mirada divagando en la
delicia que eran sus ojos , sus ojos sus grandes ojos. Mi amada recitaba algo
de la mía, que más merecía yo me preguntaba, ah! Sus ojos, sus grandes ojos de
mirada tierna y vaga.
Nos comprometimos en matrimonio; ella muy
radiante en su palidez característica que embellecía su grácil rostro y su
entorno; no había gran similitud en mí ya que un antiguo padecimiento aquejaba
y amenazaba mi felicidad tanto como la de mi amada, mi amada, mi querida novia
y pronto mi fiel amada esposa. Mi dolencia siguió enturbiando mi ánimo y ella
querida me reprocha amargada, le respondo que una antigua dolencia heredada, me
afecta ahora y temo no poder superarla. Oh! En su amor infinito abrazándome me
promete estar conmigo siempre y me amo.
Nuestro año de compromiso paso en veloz
carrera, y el calor de enero dio paso presuroso al frio invernal dispuse lo
necesario en general para la boda, unos pocos amigos íntimos y familia. Mi
futuro era próspero y feliz, menos por mi aflicción, padecía ya de
sonambulismos anormal en este mi mente se trastornaba, cometía actos de
reprobable moral, y cuando despertaba no recordaba lo hecho.
Aun así su belleza y felicidad me hacía
aliviar, aunque en su dulce rostro y sus ojos la desgracia se asomaba
presurosa, sedienta de su vida, su estado de salud se deterioró tanto que
decidí hacer de nuestro refugio una propiedad solariega y de otrora
magnificencia ahora en deterioro, fue nuestro hogar por dos años, oh! Últimos
dos años de vida juntos. Dos años de mi entera felicidad, dos años de verdadera
vida para. Pero dos años de melancolía de mi amada que lánguida se desvanecía
sublime ante mis ojos sublime ya en su convalecencia más radiante y hermosa yo
la encontraba, radiante, oh! Radiante mal usada esa palabra por mí ya que su
rostro se demacraba con cada paso de su dolencia, la palidez me llenaba de
pavor, pero la encontraba más hermosa.
¡Oh! Mi propio mal también afectaba su ánimo,
al no poder dormir bien era hosco hasta con mi fiel amada esposa que
languidecía que languidecía a en el lecho. En momentos me entregaba a la
bebida, era una manera de conciliar el sueño, y se descubría mi padecimiento y
deambulaba siniestro y ensimismado por los pasillos de la mansión para terminar
ebrio al pie del lecho moribundo de mi amada, la pena de ver día a día como se
marchitaba mi fiel esposa. Los médicos atribuían su enfermedad a un
padecimiento congénito. En los días en que despertaba repuesta y yo no bebía
eran días felices; cabalgábamos y con tiernas palabras nos amamos con en el
tiempo del noviazgo, en eso momentos en que divertida reía y hacíamos planes
felices parecía que la vida la llenaba, parecía superior en ella. En sus momentos
de recaídas pasaba horas en estado cataléptico, inmóvil y apenas era audible el
latido de su corazón. No me apartaba de su lecho, ni la botella de mi mano,
contemplaba su palidez, su demacrado rostro provisto de una belleza
indescriptible. Otro síntoma más cruel pero más fascinante para mí era un
estado cataléptico en el cual parecía que su corazón dejaba de latir por
completo, en este estado sus ojos, sus grandes ojos de mirada opalina parecían
que parecían ya no ver me hechizaban de una manera macabro, contemplaba yo con
fijeza su expresión que por momentos se hacía de una visión horrible, como si
en su estado sufriera dolores horrible y una pesadilla insufrible por mortales,
vivía un terror que su rostro crispado pálido, una sonrisa siniestra y desprovista
de humanidad se asomaba en su en sus finos rasgos que me atraía a la vez me
espantaba de sobremanera inexplicable. Complacido y aterrado por esa bella y
siniestra sonrisa recitaba yo sus poemas, el romance nacía en interior, aunque
mi amada languidecía mi corazón feliz se sentía por tenerla en ese estado
cataléptico en mi vida.
Ya en las noches me postraba en la cabecera de
su lecho hasta que el cansancio y la ebriedad me vencían y me retiraba a mis
aposentos donde deseaba dormir y conciliar el sueño para vivir con ella feliz y
radiantes, pero el odiado insomnio llegaba a mi habitación y no conciliaba el
sueño cabeceaba amargamente sin poder adentrarme en los dominios de Morfeo.
En algunos momentos cuando la ebriedad era tal
que caía como piedra el sonambulismo venía a mí, y me llevaba a deambular por
la casa de manera macabra y siniestra, adornado por la ignominia de la
oscuridad nocturna que hiela la sangre al más valiente de los mortales me
sorprendía de despertarme a los pies del lecho matrimonial donde mi fiel y
amada esposa. Su vida ya llegaba a un lúgubre y melancólico fin. Una tarde
poniéndose el sol dando al cielo y la tierra un sanguinolento y fúnebre
atardecer una brisa vespertina casi nocturna entro alegre y vivaracha por la
ventana alborotándole el cabello a la dulce Angely que movió su cabeza lanzando
destellos fúnebre de luz al suelo marmoleo de la habitación, suspiro
pesadamente la muerte le sorbía la vida con cada respiración amortiguada, lenta
y pesadamente, su pecho subió y bajo sus ojos se abrieron exhibiendo por última
vez sus ojos opalinos, de mirada tierna y vaga. Su voz me llamaron presurosos:
¡Eustaquio! ¡Sí! Respondí ciego mientras que ya no escuchaba su voz pero en mi
frenesí mi codicia por sus ojos se reflejó en ellos y una mirada de melancólica
y un destello de horror paso momentáneo por su mirada.
No dijo más nada ¡oh! Mas nada solo mi nombre y
una trémula mirada suplicante llena de un terror que me pusieron los pelos de
punta, guarde un momento y sus ojos aun abiertos vieron el dosel de la cama ya
sin ver. Oh! Y una sonrisa serena y hermosa, su palidez fue total la muerte le
arrebató todo halito de vida, mi felicidad, pero en su rostro de muerta la
belleza me sobrecogía y muy suavemente pose mis labios sobre los suyos al tacto
fríos y desprovisto de toda humanidad.
Aquella noche no dormí vele a mi fiel amada
esposa en silencio no llore no sé porque sentía dolor, pero una euforia
psicótica se apodero de mi ¡oh! Ahora tenía sus ojos para mí para
contemplarlos.
Asumo que caí rendido al amanecer y que los
lacayos me retiraron a mis aposentos desperté a medio día, el médico ya había
dictaminado que falleció. Ese día decidí llevarla a la cripta y depositarla en
su nicho que la esperaba paciente
[…]
Después de pasada la ceremonia y el luto, por
las noches de insomnio, oía o creía oír gritos sus gritos que desde la cripta
me llamaban, su presencia a mi lado en el estudio o mis aposentos. Si, su
fantasma errante me perseguía, cada noche larga y oscura en sueños o sin ellos
veía sus ojos en las paredes mis aposentos en el espejo, en la oscuridad burda
de los pasillos, su voz casi un quejido melancólico o aterrado se extendía por
los pasillos de mi casa solariega de otrora magnificencia.
Yo atormentado por esos crueles demonios y
desde la muerte de mi fiel esposa me refugie en la bebida, una noche con tal
paranoia que arrinconado me encontraba aguardaba caí en un sueño extraño y
horrendo en el cual yo contemplaba el rostro de mi amada y fiel esposa en la
semi penumbra de su ultima de su última morada; los pequeños haces de luz
provenían de una lámpara, destellando en el suelo mi macabro acto, mi amada
susurro mi nombre ¡Eustaquio¡ y mi corazón saboreaba mi codicia por sus ojos,
su voz se abrió en un quejido audible y endemoniado oh!
Después la oscuridad fue total.
Amanecía y unos fuertes golpes me despertaron
los lacayos al oír los gritos horrendos de mi fiel esposa me descubrieron en su
cripta apuñalándole en su frágil y grácil pecho, esparciendo la sangre provenía
a borbotones de las cuencas vacías sus ojos de mirada tierna y vaga yacían en
la escalerilla del nicho ya ahora sin ver de un color verde opalina que
milagrosamente en perfecto estado relucían en el suelo donde los destellos de
la lámpara despedían destellos malévolos al cadáver de mi amada esposa a quien
habíamos enterrado aún viva.
Ya las notas sobre mi escritorio, mi vida
consumada mi mente perturbado ahora cometeré la respuesta de cometer o no
suicidio ya la cuerda esta presta alrededor de mi cuello solo esperando el
llamado de la muerte.
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